Día 177, DAB Español, Miércoles 26 de Junio
2 Reyes 9:16-10:31; Hechos 17:1-34; Salmos 144; Proverbios 17:27-28 (Reina Valera Contemporánea (RVC))
2
Reyes 9:16-10:31 Reina Valera Contemporánea (RVC)
16 Dicho esto, Jehú montó en su carro y se dirigió a
Jezrel, donde Jorán yacía enfermo. Allí también estaba el rey Ocozías de Judá,
que había ido a visitar a Jorán. 17 Cuando el atalaya que estaba en la torre de
Jezrel vio venir la tropa de Jehú, gritó:
«¡Veo que se acerca una tropa!»
Y Jorán dijo:
«Manda a un jinete. Que los inspeccione y les pregunte
en qué plan vienen.»
18 El jinete fue a inspeccionarlos, y les dijo:
«El rey manda a decir si vienen en son de paz.»
Y Jehú le respondió:
«¿De qué paz me hablas? ¡Tú pásate a mis filas!»
Entonces el atalaya dio aviso, y dijo:
«El mensajero ha llegado hasta ellos, pero no veo que
regrese.»
19 Se envió entonces a otro jinete, el cual llegó
hasta ellos y dijo:
«El rey manda a preguntar si vienen en son de paz.»
Y Jehú también le respondió:
«¿De qué paz me hablas? ¡Tú pásate a mis filas!»
20 El atalaya volvió a dar aviso:
«También el otro jinete llegó hasta ellos, pero no veo
que regrese. Por la manera de conducir, me parece que quien viene en el carro
es Jehú hijo de Nimsi, pues conduce como un loco.»
21 Jorán ordenó entonces que prepararan su carro. Y
cuando estuvo listo, partieron juntos el rey Jorán de Israel y el rey Ocozías
de Judá, aunque cada uno en su carro, y fueron al encuentro de Jehú, al que
hallaron en el campo que había pertenecido a Nabot de Jezrel. 22 Cuando Jorán
vio a Jehú, exclamó:
«¿Vienes en son de paz, Jehú?»
Y éste respondió:
«¿Y qué paz puede haber, con tantas fornicaciones y
hechicerías de tu madre Jezabel?»
23 Entonces Jorán dio vuelta a su carro y emprendió la
huida, mientras decía a Ocozías:
«¡Nos han traicionado, Ocozías!»
24 Pero Jehú tensó su arco y le clavó una flecha a
Jorán por la espalda; y la saeta le salió por el corazón, y cayó muerto en su
carro. 25 Jehú le dijo a Bidcar, su capitán:
«Tómalo, y arrójalo en un extremo del campo que fue de
Nabot de Jezrel. Acuérdate que cuando tú y yo íbamos juntos con la gente de
Ajab, su padre, el Señor pronunció esta sentencia contra él, cuando dijo: 26
“Yo, el Señor, vi ayer aquí la sangre de Nabot, y la sangre de sus hijos. Por
eso aquí, en este campo, te daré tu merecido. Yo soy el Señor.” Así que,
conforme a la palabra del Señor, tómalo y arrójalo en el que fue campo de
Nabot.»
Jehú mata a Ocozías
27 Cuando el rey Ocozías de Judá vio esto, huyó por el
camino de Bet Hagán, seguido de Jehú, que decía: «Hieran también a éste que va
en el carro.» Y en la subida de Gur, junto a Ibleam, Ocozías fue herido. Por
eso huyó a Meguido, donde murió. 28 Sus oficiales lo llevaron a Jerusalén en un
carro, y allá, en la ciudad de David, lo sepultaron en su propio sepulcro,
junto a sus antepasados.
29 Ocozías comenzó a reinar sobre Judá en el undécimo
año del reinado de Jorán hijo de Ajab.
Muerte de Jezabel
30 Después Jehú se fue a Jezrel, y cuando Jezabel lo
supo, se pintó los ojos con antimonio y se atavió la cabeza, y se asomó a la
ventana. 31 En el momento en que Jehú entró a la ciudad, ella gritó:
«¿Cómo le va a Zimri, asesino de su rey?»
32 Jehú levantó la vista hacia la ventana, y dijo:
«¿Hay alguien ahí que esté de mi parte?»
Dos o tres eunucos se inclinaron hacia él, 33 y él les
dijo:
«¡Arrójenla al suelo!»
Ellos la lanzaron por la ventana, y parte de su sangre
salpicó la pared y los caballos, y Jehú la arrolló. 34 Luego, entró y comió y
bebió, y más tarde dijo:
«Ahora vayan a ver a esa maldita mujer, y sepúltenla,
pues es hija de un rey.»
35 Pero cuando fueron para sepultarla, no hallaron de
ella más que la calavera, los pies y las palmas de las manos. 36 Volvieron
entonces a decirle esto a Jehú, y él sentenció:
«Ésta es la palabra de Dios, pronunciada por medio de
su siervo, Elías el tisbita, cuando dijo: “En el campo de Jezrel los perros se
comerán el cuerpo de Jezabel. 37 Allí, en el campo de Jezrel, el cuerpo de
Jezabel será semejante al estiércol en el suelo, de modo que nadie podrá
reconocerla.”»
Jehú pone fin a la dinastía de Ajab
10 Como Ajab tenía setenta hijos en Samaria, Jehú
escribió cartas y las envió a los jefes de Jezrel, y a los ancianos y a los
ayos de Ajab, que estaban en Samaria. En las cartas les decía:
2 «Tan pronto como estas cartas lleguen a las manos de
ustedes, los que tengan a los hijos del rey, y los que tengan carros de combate
y gente de a caballo, y la ciudad fortificada y las armas, 3 escojan al mejor y
más recto de los hijos del rey, y siéntenlo en el trono de su padre, y
defiendan a la familia del rey.»
4 Pero ellos tuvieron mucho miedo, y dijeron:
«Si dos reyes no pudieron hacerle frente, ¿cómo vamos
a hacerle frente nosotros?»
5 Entonces el mayordomo, el gobernador de la ciudad,
los ancianos y los ayos mandaron a decir a Jehú:
«Nosotros somos tus siervos, y haremos todo lo que nos
mandes. No vamos a elegir ningún rey. Haz lo que te parezca mejor.»
6 Jehú les escribió por segunda vez, y les dijo:
«Si en verdad ustedes son mis siervos, y quieren
obedecerme, vengan a verme en Jezrel mañana a esta hora, y tráiganme las
cabezas de los hijos varones de su rey.»
Los setenta hijos del rey estaban con los jefes de la
ciudad, pues ellos los criaban. 7 Cuando éstos recibieron las cartas, tomaron a
los setenta hijos del rey y los degollaron; luego echaron las cabezas en unas
canastas y las enviaron a Jezrel, donde estaba Jehú. 8 Cuando un mensajero
llegó y le dio la noticia de que habían llegado las cabezas de los hijos del
rey, Jehú dijo:
«Pónganlas en dos montones a la entrada de la ciudad,
y déjenlas allí hasta mañana.»
9 Al día siguiente, Jehú salió y, puesto de pie ante
todo el pueblo, dijo:
«Ustedes son justos. Es verdad que yo he conspirado
contra mi señor, y le he dado muerte. Pero ¿quién ha dado muerte a todos estos?
10 Quiero que sepan que la palabra del Señor, acerca de la dinastía de Ajab, no
dejará de cumplirse. El Señor ha hecho lo que había anunciado por medio de su
siervo Elías.»
11 Dicho esto, Jehú mató a todos los de la familia de
Ajab que habían quedado en Jezrel, y a todos sus jefes y sacerdotes, y a todos
sus familiares. No dejó con vida a ninguno de ellos. 12 Luego se levantó y se
fue a Samaria, y en el camino llegó a Bet Équed de los Pastores. 13 Allí
encontró a los hermanos de Ocozías, el rey de Judá, y les preguntó:
«¿Y ustedes, quiénes son?»
Ellos le contestaron:
«Somos hermanos de Ocozías. Hemos venido a saludar a
los hijos del rey, y a los hijos de la reina.»
14 Entonces Jehú ordenó:
«¡Échenles mano! ¡Los quiero vivos!»
Y una vez que los tomaron vivos, los degollaron junto
al pozo de Bet Équed. Eran cuarenta y dos varones, y ninguno de ellos quedó con
vida.
15 Cuando Jehú se fue de allí, se encontró con Jonadab
hijo de Recab. Después de saludarlo, le dijo:
«¿Eres sincero conmigo, como yo lo soy contigo?»
Jonadab le respondió que sí. Entonces Jehú le dijo:
«Pues ya que eres sincero conmigo, dame la mano.»
Jonadab le dio la mano, y Jehú lo invitó a subir a su
carro. 16 Allí le dijo:
«Acompáñame y verás cuánto amo al Señor.»
Jonatán fue puesto en el carro, 17 y en cuanto Jehú
llegó a Samaria mató a todos los familiares de Ajab que habían quedado en
Samaria. Los mató hasta exterminarlos, conforme a la palabra del Señor
anunciada por Elías.
Jehú pone fin al culto de Baal
18 Después, Jehú reunió a todo el pueblo y les dijo:
«Ajab rindió culto a Baal, pero no muy bien. Jehú le
rendirá un mejor culto. 19 Llamen a todos los profetas de Baal, y a todos sus
siervos y sacerdotes. Que no falte ninguno, pues voy a ofrecer a Baal un gran
sacrificio. El que falte, morirá.»
Esto lo hizo Jehú con astucia, para exterminar a los
que rendían culto a Baal. 20 Así que dijo:
«Aparten un día para honrar a Baal.»
Aquellos convocaron a la reunión, 21 y Jehú envió
mensajeros por todo Israel, y vinieron todos los siervos de Baal. No hubo uno
solo que no asistiera a la reunión. Cuando entraron en el templo de Baal, el
templo se llenó por completo. 22 Entonces Jehú ordenó al encargado de las
vestiduras:
«Saca vestiduras para todos los siervos de Baal.»
Aquél sacó las vestiduras, 23 y Jehú entró en el
templo de Baal acompañado por Jonadab hijo de Recab. Y dijo a los siervos de
Baal:
«Tengan cuidado de que no haya aquí, entre ustedes,
ninguno de los siervos del Señor, sino solamente los siervos de Baal.»
24 Cuando ellos entraron para ofrecer los sacrificios
y holocaustos, Jehú apostó fuera del templo a ochenta hombres, y les dijo:
«El que deje vivo a cualquiera de los hombres que yo
he puesto en sus manos, lo pagará con su vida.»
25 Cuando aquellos acabaron de ofrecer el holocausto,
Jehú dijo a los de su guardia y a los capitanes:
«¡Entren, y mátenlos! ¡Que no escape ninguno!»
Y los de la guardia y los capitanes los mataron a filo
de espada, y los dejaron tendidos. Luego fueron hasta el lugar santo del templo
de Baal 26 y sacaron del templo las estatuas y las quemaron. 27 También
hicieron pedazos la estatua de Baal y derribaron su templo, y hasta el día de
hoy ese templo es un muladar.
28 Así fue como Jehú puso fin en Israel al culto de
Baal. 29 Sin embargo, Jehú no se apartó de los pecados de Jeroboán hijo de
Nabat, que hizo pecar a Israel, sino que dejó en pie los becerros de oro que
estaban en Betel y en Dan. 30 Entonces el Señor le dijo a Jehú:
«Has actuado bien al hacer lo recto delante de mis
ojos, y acabaste con la dinastía de Ajab, tal y como yo lo había determinado.
Por eso tus hijos ocuparán el trono de Israel hasta la cuarta generación.»
31 Pero Jehú no tuvo cuidado de seguir de todo corazón
la ley del Señor, Dios de Israel, ni se apartó de los pecados con que Jeroboán
había hecho pecar a Israel.
Reina Valera Contemporánea (RVC)
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Hechos
17 Reina Valera Contemporánea (RVC)
El alboroto en Tesalónica
17 Después de pasar por Anfípolis y Apolonia, llegaron
a Tesalónica, donde había una sinagoga judía. 2 Pablo fue entonces a la
sinagoga, como era su costumbre, y durante tres días de reposo debatió con
ellos. Con base en las Escrituras, 3 les aclaró y explicó que era necesario que
Cristo padeciera y resucitara de los muertos. Les decía: «Jesús, a quien yo les
anuncio, es el Cristo.» 4 Algunos de ellos creyeron y se unieron a Pablo y a
Silas, lo mismo que muchos griegos piadosos y numerosas mujeres nobles. 5 Pero
los judíos que no creyeron se llenaron de envidia, así que lograron reunir a
una turba de vagos y maleantes, y comenzaron a alborotar la ciudad, y en su
búsqueda de Pablo Y Silas irrumpieron en la casa de Jasón, pues querían
expulsarlos del pueblo. 6 Como no los hallaron, llevaron a Jasón y a algunos
hermanos ante las autoridades de la ciudad, mientras gritaban: «¡Esos que están
trastornando el mundo entero, ya han llegado acá! 7 Jasón los ha recibido, y
todos sus seguidores desobedecen los decretos de César. Dicen que hay otro rey,
y que se llama Jesús.» 8 Al oír esto, el pueblo y las autoridades de la ciudad
se alborotaron: 9 pero Jasón respondió por ellos, y los dejaron en libertad.
Pablo y Silas en Berea
10 Esa misma noche, los hermanos enviaron a Pablo y
Silas hasta Berea. Y cuando éstos llegaron allá, entraron en la sinagoga de los
judíos. 11 Éstos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la
palabra con mucha atención, y todos los días examinaban las Escrituras para ver
si era cierto lo que se les anunciaba. 12 Entre los que creyeron, había
distinguidas mujeres griegas y un buen número de hombres. 13 Cuando los judíos
de Tesalónica supieron que también en Berea Pablo anunciaba la palabra de Dios,
fueron allá para alborotar a las multitudes. 14 Pero de inmediato los hermanos
enviaron a Pablo al mar, mientras Silas y Timoteo se quedaban allí. 15 Los
encargados de trasladar a Pablo lo llevaron a Atenas; y a Silas y a Timoteo les
ordenaron que se reunieran con él tan pronto como pudieran, y así lo hicieron.
Pablo en Atenas
16 Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu
se enardeció al ver que la ciudad estaba entregada a la idolatría. 17 Por eso
en la sinagoga discutía con los judíos y con hombres piadosos, y también con
todos los que a diario acudían a la plaza. 18 Algunos filósofos de los
epicúreos y de los estoicos discutían con él. Unos preguntaban: «¿De qué habla
este parlanchín?» Y otros decían: «Es alguien que habla de dioses extranjeros.»
Y es que les hablaba del evangelio de Jesús, y de la resurrección. 19 Entonces
lo tomaron, lo llevaron al Areópago y le dijeron: «¿Nos puedes explicar qué es
esta nueva enseñanza de la que hablas? 20 Porque esto suena extraño en nuestros
oídos. Nos gustaría saber qué significa todo esto.» 21 (Y es que a todos los
atenienses y extranjeros que allí vivían, no les interesaba nada que no fuera
decir o escuchar cosas novedosas.)
22 Pablo se puso entonces en medio del Areópago, y
dijo: «Varones atenienses, he observado que ustedes son muy religiosos. 23
Porque al pasar y observar sus santuarios, hallé un altar con esta inscripción:
«Al Dios no conocido». Pues al Dios que ustedes adoran sin conocerlo, es el
Dios que yo les anuncio. 24 El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, es
el Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos hechos por manos humanas,
25 ni necesita que nadie le sirva, porque a él no le hace falta nada, pues él
es quien da vida y aliento a todos y a todo. 26 De un solo hombre hizo a todo
el género humano, para que habiten sobre la faz de la tierra, y les ha
prefijado sus tiempos precisos y sus límites para vivir, 27 a fin de que
busquen a Dios, y puedan encontrarlo, aunque sea a tientas. Pero lo cierto es
que él no está lejos de cada uno de nosotros, 28 porque en él vivimos, y nos
movemos, y somos. Ya algunos poetas entre ustedes lo han dicho: “Porque somos
linaje suyo.” 29 Puesto que somos linaje de Dios, no podemos pensar que la
Divinidad se asemeje al oro o a la plata, o a la piedra o a esculturas artísticas,
ni que proceda de la imaginación humana. 30 Dios, que ha pasado por alto esos
tiempos de ignorancia, ahora quiere que todos, en todas partes, se arrepientan.
31 Porque él ha establecido un día en que, por medio de aquel varón que escogió
y que resucitó de los muertos, juzgará al mundo con justicia.»
32 Cuando los allí presentes oyeron hablar de la
resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: «Ya te oiremos
hablar de esto en otra ocasión.» 33 Entonces Pablo se retiró de en medio de ellos;
34 pero algunos le creyeron y se unieron a él. Entre ellos estaba Dionisio, que
era miembro del areópago, una mujer llamada Dámaris, y otros más.
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Salmos
144 Reina Valera Contemporánea (RVC)
Oración por la prosperidad del pueblo
Salmo de David.
144 ¡Bendito seas, Señor, mi roca!
Tú me entrenas para la batalla;
fortaleces mis manos para el combate.
2 Tú eres mi castillo de misericordia,
mi fortaleza, mi libertador;
eres mi escudo, y en ti me refugio;
¡tú haces que los pueblos se sometan a mí!
3 Señor, ¿qué son los mortales
para que te preocupes por ellos?
¿Qué son los seres humanos
para que los tome en cuenta?
4 Los mortales son una ilusión pasajera;
su vida pasa como una sombra.
5 Señor, inclina los cielos y desciende;
toca los montes y hazlos humear.
6 Dispersa con tus relámpagos a mis enemigos,
lanza contra ellos tus dardos de fuego, y confúndelos;
7 extiende tu mano desde las alturas,
y rescátame del mar, porque me ahogo;
líbrame del poder de esos extraños
8 cuya boca dice cosas sin sentido
y cuyo poder es un poder falso.
9 Señor, voy a dedicarte un canto nuevo;
lo cantaré al son del arpa y del salterio.
10 Tú eres quien da la victoria a los reyes;
tú libras de la espada a tu siervo David.
11 ¡Rescátame! ¡Líbrame del poder de gente extraña,
cuya boca dice cosas sin sentido
y cuyo poder es un poder falso.
12 Que nuestros hijos, en su juventud,
crezcan como plantas vigorosas.
Que nuestra hijas sean hermosas
como las columnas labradas de un palacio.
13 Que nuestros graneros se llenen
y rebosen con toda clase de grano.
Que nuestros ganados en el campo
se multipliquen por cientos y miles.
14 Que nuestros bueyes resistan el trabajo.
Que no nos tomen por asalto ni nos lleven cautivos,
ni haya pánico en nuestras calles.
15 ¡Dichoso el pueblo que tiene todo esto!
¡Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!
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Proverbios
17:27-28 Reina Valera Contemporánea (RVC)
27 Sabio es quien cuida sus palabras;
inteligente es quien tiene un espíritu prudente.
28 Cuando el necio calla, pasa por sabio;
cuando no abre la boca, pasa por inteligente.
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